Rogelio era un hombre callado, muy sencillo, de carácter dócil. Siempre estaba bien vestido ya que su trabajo así lo requería. Poseía, entonces, una imagen de alto status, simpático, agraciado. No obstante, él no se sentía a gusto consigo mismo, ya que estaba acomplejado con su nariz. Valga decir que ésta era un tanto abultada. Rogelio trataba de disimularla mediante el uso del bigote y la barba, pero aún así su rostro no lo convenía del todo.
Una noche, como siempre, llegó a su casa, tomó una ducha y decidió que no cenaría; había sido un día agotador. Sólo bastó con recostarse para encontrarse sumido en un profundo sueño. El tiempo pasó de prisa, la noche se hizo corta, pronto llegó el día y una nueva jornada se iniciaba como tantas, a no ser porque una extraña sensación lo invadió. Buscó el espejo del baño y tuvo una revelación cuando advirtió que su nariz ya no se encontraba en el lugar acostumbrado.
- Pero, ¿qué pasó?- se repetía, confundido, una y otra vez.
- ¡Oh noooo!!! Ya no podré salir así a la calle. ¿Qué voy a hacer ahora? ¿Cómo podré ir a trabajar?
Muchas fueron las preguntas de Rogelio, pero ninguna respuesta.
Su nariz, en tanto, por tantas críticas, decidió marcharse, a la vez que se preguntaba: -¿adónde iré?, ¿qué será de mí?
Estaba muy confundida preguntándose mil cosas a la vez, cuando, sin darse cuenta llegó a un lugar donde se encontró con cientos de narices.
- Rogelio - dijo- nunca pensé que hubiera tantas narices solitarias.
Algunas eran pequeñas, otras muy grandes, las había también respingadas. Allí estaban todas, y todas tenían el mismo problema: sus dueños estaban desconformes con ellas.
La nariz de Rogelio miraba atentamente cómo cada una de ellas hacía planes, tratando de buscar alguna cara para poder ubicarse allí.
- Mmm, ésta es muy redonda- decía una.
- Mejor ésta- decía otra.
- ¿Y aquélla?- Gritaba una más lejos, mientras miraban la gente pasar.
De repente, la nariz de Rogelio exclamó:
- Miren, este rostro es perfecto para mí, miren cómo encajo justo!- la nariz estaba súper feliz, había encontrado alguien a quien acompañar.
Cada noche la nariz se quedaba colorada, pero no era por el frío, la razón de su color era que su dueño era un payaso, que salía cada noche a hacer reír a grandes y a chicos.
- ¡Qué feliz estoy! ¡Mira que color! ¡Mira cuánta gente me festeja!- decía totalmente extasiada.
De pronto, un golpe muy fuerte se oyó fuera de la casa, esto hizo que Rogelio diera un salto fuera de la cama, despertándose muy asustado. Preocupado, reflexionaba:
- ¿Habrá sido un sueño?
Así que tomó coraje y se enfrentó al espejo, mirándose suspiró aliviado y exclamó:
- Sí, sólo fue un sueño, más bien una pesadilla.
A partir de ese momento, Rogelio aprendió que debía amarse y aceptarse como era, ya que su nariz era perfecta para él.